A veces te sorprendes gratamente, cuando estás a punto de tirar la toalla a parece algo o alguien que lo cambia todo, que le da una vuelta a los acontecimientos y hace que todo lo malo se olvide.
El pasado siempre vuelve, de una forma o de otra crea una huella imborrable en nosotros que no sirve de nada intentar evitarlo porque esta es una batalla perdida ya de antemano.
La salida más inteligente es aceptar las cosas tan cual vienen, con normalidad, dejar las cosas fluir porque nunca se sabe si pueden cambiar radicalmente en un suspiro, de nada sirve luchar contra algo que es inútil.
Contenta, con la sensación de haberte deshecho de un gran peso de encima, un peso que te oprimía y te impedía pensar con claridad. Rememorando tiempos mejores, situaciones que pese a haberlas intentado borrar nunca han desaparecido del todo, reviviendo el misterio de los inicios, el punto de partida en donde todo comenzó, un sinfín de hechos y palabras que te remueven algo por dentro, no tienes claro si bueno o malo pero la situación no te desagrada del todo.
Por otro lado un sentimiento te invade, no puedes ponerle nombre, es una mezcla entre felicidad y melancolía, entre ganas y miedo, entre desconcierto y emoción. A veces te sorprendes a ti misma como alelada recordando todo lo que pudo ser y no fue, los planes que se derrumbaron como un castillo en el aire sin ni siquiera haber sido edificado.
Indecisa por no saber si arriesgarte o no, arriesgarse puede significar ser feliz, volver a empezar, una pizca de sal en un mundo soso de por sí pero también puede significar todo lo contrario, un fracaso total, el más absoluto de los ridículos, una equivocación mayúscula.